lunes, 29 de marzo de 2010

"Pájaros Después de la Lluvia", de Gustavo Daniel Oviedo




Primer libro de este autor bellavistense.
Aborda el genero narrativo, con textos breves y microrelatos.


“Y para cuando caigas en la cuenta….andará su garra para atraparte, sigilosa como la respiración de un niño caminado por la selva, pero será letal su instinto para no fallar en esta prueba que a su alma se lo tiene prometido desde que en el rito le han puesto al fin ese, su nombre.
Con la boca abierta presiente el tiempo, y en esa celda de sus dientes azules hay un lugar para el misterio, azul, como la lluvia certera de la tarde y el anticipo del canto de ese pájaro único que vendrá con su voz nueva, y habrá al fin verdad.
Esa es la creación que Ñande Rú le hizo del otro lado de las cosas para él, para sus garras afiladas en la paciencia… y la lluvia caerá azul sin tregua sobre este lado del mundo y el niño tigre será una rápida sombra en la espesura… mientras sobre la cresta roja de una rama el hechizo tomará la forma de pájaro que irá apagando con su canto la tormenta mientras madura.”



“GARZAS ROJAS”

Búscame en esas aves me dijo Pablo, aquél maestro rural y niño filósofo todavía.
Ahí estaba la respuesta que por meses me negaba el Google, las aves penitentes no era un error de la madre naturaleza, no eran tampoco aves destinadas a la melancolía del paisaje ni al castigo del recuerdo de la pena más amarga…
El error, el detalle estaba en el mirar del hombre eso venido a menos, eso en bancarrota desde que confió demasiado en el decir más que en el silencio, y así se le fue diluyendo y aquietando su paisaje.
Despertando entonces de esas sombras de la tarde de un domingo, sobrevuelan sobre esa línea de tinta diminuta de las islas, se desprenden de la luz como si fueran unas astillas de fuego, las garzas entonces son como suave melodía sobre lo tibio del río.
Entonces al fin se regresa al todo silencio en la tarde, como si todo fuese un santuario, como si todo en equilibrio estuviera.
Y ya no quedarán jamás garzas blancas, ni penitentes rosas…
Todas las aves en mí vuelven a su origen y a su silencio, todas vuelven en mi a ser rojas, tal como fueran creadas.
Vuelvo a mi sombra, al centro original del silencio, al espacio del pensar al costado mismo de la voracidad del hombre y su naturaleza, esa humana y escasa sustancia en la que al fin ha sido.
Afuera, una tridimensional puesta sonora de unos pájaros sin ser vistos, y ese gorjeo, ese canto desesperado que alguna vez inventó mi lengua, alucinó mi inconsciente, ahora es solo un grito de tiza y fiebre sin reposo de los árboles, sin la aguda mirada de mi niño cazador, sin mi sabiduría de anciano en herencia.
Una guardería sintética de sonidos vibrando a baja frecuencia del vecindario DISTRAÍDO.



“LLOVIZNITA”

Es un fantasma de humedad el que me aprieta la vértebra ancestral del alma, en el detalle mas perverso y cierto de mi pecho niño, asmanochefiebre.
Es el perfume de tu fantasma que vuelve sobre el sonido de las hojas mojadas por la lluvia.
Toda esa certeza de tus pasos, la huella diminuta de tus pies como un ave comiendo migas en el viento, sobrevolando mi instinto callejero, andante, errante, fugitivo.
Toda esa certeza del amor y de la muerte como una sentencia.
Toda esa certeza que empuja tu nombre sobre la tumba de mi boca, y la otra sentencia no dicha jamás…
“El adiós, la trampa infinita.”



“BANDERAS BLANCAS”


En una pausa de mi ventana, metáfora de una secuencia de la vida…y desde ella me invade un gorjeo de pájaros que se anticipan al temporal.
La tarde me señala de un lado a la tormenta implacable, atemporal…y del otro lado la estrella del final de la tarde y el comienzo de la noche… y esta tregua entre vos y yo de banderas blancas.
Esperando que vuelve a pasar lo señalado, aquello que soñamos eterno una tarde, una vida de a dos.
Esperando que pase el territorio de la guerra de la espera, con banderas blancas de paz, hecha jirones por temporales humanos, hechas cenizas de tiempos muertos, espero.



“MAL PARIDAS” palabras…

Hay algo de ese polvo, de esos huesos de santos muertos sin nombres que ilumina un tímido farol y que luego es arrastrado por el viento.
Ese mismo polvo que busca reflejarse en los ojos pequeños de agua, en el detenido molino carente del espacio y del tiempo.
Sobre la gramilla del campo seco, en ese viaje que emprendió una vez el primer ausente, y que ahora recorre lo circular de la tierra para encontrar su par sobre la tarde de esta pampa roja de sequía.
De no mediar este milagro, el contar las horas y los días resulta un simple desperdicio.
Jamás existió el olvido entonces, esa otra farsa tan solo para acumular imágenes…
Y ahí la herida de una vereda, las hojas pegadas al suelo en humedad, el canto de ese pájaro llevándose la tormenta, el sonido de la campana de un recreo, el silencio fúnebre de unos pasos y nada más.
Y siempre el polvo de estos huesos flotando entre el nubarrón y el suelo para llenar a la tierra de alimento, de agua a la fruta y de silencio a la raza toda MAL PARIDA DE PALABRAS.

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