lunes, 5 de abril de 2010

"ETAPA SIGFRIDO", de Nancy Alejandra Bianchetti




Segundo libro de la autora bellavistense Nancy Alejandra Bianchetti.


Algunos textos



Velas y una flor


Clara narra en un libro cómo vivió en la oración constante para huir de la muerte. Tenía una bolsa de velas que eran para ella, un tesoro.

El lector recorre los renglones con prisa de entusiasmo y entiende pero también se da cuenta de algo: la llama de una vela enciende la fe y eleva el alma y no siempre sana pero empuja los pies hacia los caminos lentos que significan enfrentar y ganarle de alguna manera a las adversidades inimaginables que el mundo no se cansa de pergeñar.
Innumerables son las formas de perder las libertades y de quebrar los corazones…las desesperanzas cunden en las múltiples colectividades humanas y la desesperación sólo es uno en la lista de los terroríficos vocablos entristecidos que rodean, amenazan, ahogan, las almas ¡cuántas de ellas con la carencia de herramientas de supervivencia!
Sin embargo, Clara atesora una bolsa de velas en medio de la jungla y de la salvajada; en una llama frente a su cuerpo desnutrido y frente a su soledad desconsolada encuentra un arma, un camino de luz, una cuota de fe, la necesaria y salvadora aceptación de un poder divino. La nada, entonces, comienza a perder terreno para dar lugar a la fuerza y a la fortaleza de una sangre que se reclama en oración y se reconstruye aun con vestigios en medio de un desastre que no tiene ni tendrá fin.
Clara y la luz, y la fe, y un dios…

¿Y los enfermos que sólo lamemos nuestras heridas y sólo encendemos velas en noches de cables y hombres carbonizados…? Encontraremos acaso los caminos de otra, una fortalecida vida, en la simbología milenaria de una lumbre de vela?

Y además, hoy, desde un pensamiento nuevo que –en tecnologías- a mi caldera llega, sé que el laberinto puede hacerse pétalo y trasuntarse en ¡una rosa! (que encima, es roja).



De héroes y de fantasías

Quizás tenga en las manos una vara que llama en paces de misterio, al Héroe.

Él puede percibir mi señal y mi búsqueda sin fin. Y se dispone, valiente, a jugar con la mujer-niña porque le descubrió las plumas de valquiria. Entendió sin demoras, las vislumbres lanzadas desde una pira de deidades y de poesía.

Viene a mí la nueva fantasía que sacude. La construyo, sobreviviente. ¡La celebro desde adentro!

Mas…junto con la rosa roja, me anuncia un laberinto…
Entonces: la vida –tramposa- me tienta; reclama mi arrebato y yo –incorregible- me dejo arrastrar mansamente.



Unna

La casi certeza de la proximidad de una muerte, se pegó a la pálida piel de aquella mujer campesina que había habitado mansamente su mundo labriego y casi santo de labor y oración.
Había sido tan feliz que, en una suerte de hartazgo, se apoderó de su interior esa sensación de cercana muerte. Se dispuso entonces a construir una nueva vida. En tal proceso, vació el arcón, atesoró en un alhajero sagrado los brillantes de su vida anterior y colmó el arcón de encajes nunca antes usados. Quitando telarañas…
Se puso el vestido colorado, la fragancia en el cuello, la sed en la lengua, la fiebre del verbo en manuscritos mensajes de desquicios. El hambre de bestia recién parida se adhirió a largas uñas en guardia y en celo. Una cabellera alborotada infinitamente negra se dejó soltar sobre la espalda.
Salió presurosa a transitar caminos de libertades imaginadas y en el trayecto resucitó pasiones, entregó primaveras postergadas, encontró duendes y melusinas en bosques otrora prohibidos, engendró niños voladores, enfrentó grifos engañosos, fue heroína más que nunca. Ardió en su propia llama.
Cuando el casi desenfreno de un propio edén-infierno destrozó desprevenidos corazones y clavó flechas de ballestas equivocadas… la campesina ansió la nueva muerte y se vio a si misma nuevamente virtuosa y santa.
Mas, los inquisidores ya la habían sentenciado, para siempre, damisela cortesana, y en ella a la bruja –una más- que la aldea en su ansia de mito pagano, necesitaba.

Unna… Un gato que maúlla en ritual, camina todas las noches, sobre las piedras de la muralla.



Tormenta de Viernes

Esta noche la provoqué yo con furias ya no contenidas.
Venganza a la agresión de los ignorantes,
Al juicio de los apresurados que ya no aprenderán.
Las piedras arrojadas no quiebran mi corazón.
La bruja, aún en reposo: desata trueno y viento.
Y el poder continúa.



Desnuda

“Entonces la Diosa abandonó la ira…”
Johann Wolfgang von Goethe

Cuando el filo de tu espada deje de brillar a todos los vientos que te llegan desde mi montaña
Y te quites las consignas que grabaste en tu propio código de guerrero victorioso
Abrirás una puerta que pareciera no esperada, caerá la muralla del fuerte edificado
Entonces yo quemaré el arsenal que, espantada, levanté en acto instintivo de supervivencia
Me quitaré el pectoral de aceros necesarios y los brazaletes de oro y resplandores
El son galopante de mi caballo apaciguará en manantial sano y cristalino
Desandaré también los pasos enfebrecidos de supuestas lujurias pregonadas ( y maldecidas)
Otra vez en el lecho blanco un cuerpo desnudo y blando en recupero de pudores (nunca desaparecidos)
Aguardaré la última caricia que quizás el guerrero -sólo hombre- alguna vez para mí pensara
Y habrá nuevamente incertidumbres,
aflorarán mis debilidades,
esperaré tan sólo ternuras y nimiedades
Devolverán mis vísceras aquellos azúcares que volcaré en las vasijas sobre una mesa preparada con manos de matrona, junto a los frutos recogidos de un huerto esmerado
Yo abnegada,
Yo impecable,
yo con vergüenzas y domesticidades
Para regalártelas, para volverme ofrenda toda
Alivianada de tanta lucha, La entrega inocente, con ingenuos temblores, se volverá meta…
¿Te tendré entonces?
¿O empezaré finalmente
a hacerme niña (de nuevo),
a hacerme vieja,
a morir de a poco,
a hacerme –inútilmente- eterna?

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